Pasa inquieta la piara de jabalíes ante nuestro
coche perdiéndose entre la jara florida, sestea la cierva bajo la coscoja y el
rabilargo afana el nido en lo más frondoso de la copa. El cielo azul cobalto
enmarca el vuelo del buitre negro, mientras el pico menor repica en la chopera.
Levanta la brisa el olor de la retama y del cantueso mientras canta la rana en
la charca, para entonces la garza real,
inmóvil, ya se ha convertido en piedra.
La dehesa es uno de los pocos ejemplos de bosque domesticado en el que su pariente primigenio cuenta con menos biodiversidad que
la versión humanizada. Ha sido un proceso de siglos, de intentar obtener
recursos en aquellas tierras más duras, a menudo de suelos esqueléticos y baldíos,
que mantuvieron en pie el gran imperio de los Señores de la Lana, que
trashumaban por toda la piel ibérica como lo habían hecho, desde hace milenios,
los herbívoros buscando sus pastos. Fueron muchas las generaciones las que labraron
con sus manos los bosques, las tierras y aprendieron a escuchar el susurro
apagado de la madre Tierra y sus criaturas, desvelando aquellas prácticas que
fertilizaban el suelo, que conseguían extraer de ella toda su riqueza pero sin
agotarla, mimando cada uno de los detalles, para que al año siguiente, el
milagro de la vida y la multiplicación volvieran una vez más.
Pero parece que nos hemos olvidado, que hemos
dejado de escuchar las hierbas y los brotes de la encina, que hemos mirado a
otro lado, cuando el bosque hueco se reseca, se pudre, se muere. Los factores
socioeconómicos han cambiado, y ellos no entienden de rotaciones y de especies
ancestrales, la rentabilidad y la producción no aguardan las vecerías y, los
holdings empresariales, raras veces han cotizado con el trompeteo de las
grullas.
Durante estas jornadas que, un año más hemos
compartido con todos vosotros, gracias a nuestros amigos de Vivencia Dehesa y
Natursierra, la experiencia de vivir la dehesa a través del conocimiento científico
de sus procesos, de los usos y manejos ancestrales y del conocimiento de la
cultura y las gentes que han dado forma a este estilo de vida. En una sociedad
cambiante como la nuestra, también lo hacen los modelos de vida, y éstos se
pueden acompasar y adecuar a la convivencia con este ecosistema bandera.
Hemos comprobado que otras formas de trabajar la
tierra, el territorio y los recursos son posibles. Quizás el cortoplacismo no
sea la receta mágica, pero tanto ayer como hoy, lo son el trabajo, el escuchar
la tierra y el formar y contar con las personas que viven en el terreno. Por
ello compartimos con todos vosotros las experiencias que aprendemos de todos
ellos y agradecemos la labor filantrópica de todos los que contribuís de una u
otra forma a que este proyecto siga hacia delante.
Resuenan las esquilas bajo el monte hueco, entre
el rumor de los perros y los silbos del pastor. Hemos llegado un año más para
la esquila de las ovejas, descubrir los oficios y secretos de este bosque
milenario. Descubrir los rastros que se pierden en el espesor, reparar en el
canto del ave, sorprender el vuelo del aguilucho lagunero campeando entre el cañaveral,
acompañar a las merinas en su careo y sorprender el cordero nuevo, que nació
con la mañana, es latir con todos ellos.
Cae la noche en la dehesa, mientras el
cielo se viste de azabache. Refulgen con fuerza las estrellas dibujando el
contorno festoneado de las encinas, en la charca se asoma tímida la luna, entre
el croar de las ranas y lamento lejano del autillo. En la casa, resuenan historias
pasadas, historias por otras gentes vividas que regresan a los oídos, con las mismas palabras, reviviendo a
aquellos que vivieron en la dehesa.