jueves, 16 de agosto de 2012

Habrás visto un duende


Corzo (Capreolus capreolus) Macho y hembra















Si no vas atento, lo más normal es que pases de largo, te estará mirando, escondido entre las sombras de los árboles. Si tienes suerte, quizás descubras su culera blanca cuando huye a la carrera, por eso lo llaman el duende del bosque; el corzo es nuestro cérvido más pequeño, del tamaño de una oveja. El macho posee una pequeña cuerna que cuando es adulto, desarrolla hasta tres puntas. Esta comienza a crecer a los tres meses, siendo el primer año, apenas unas protuberancias, el segundo año será vareto o tendrá una horquilla, y posteriormente, ya tres si la alimentación es adecuada. La hembra carece de cuernos y además se diferencia de su compañero en la forma de la culera; la suya recuerda a un corazón invertido y la de su compañero tiene una forma arriñonada, carecen de cola o es muy pequeña. Sus colores varían, desde el gris ceniciento en invierno a un castaño rojizo en verano. Es característico de ambos, el hocico de color negro azabache y el labio superior y la perilla, de color blanco. Los machos también tienen una mancha blanca en el cuello.

La hembra tiene el escudo forma de corazón invertido
 En nuestra zona, prefiere ocultarse en los bosques, principalmente pinares y salir a pastar al ocaso o con las primeras luces del día, aunque en zonas de campiña, merodean por las tierras de cultivo y los baldíos. Ramonea principalmente y es muy selecto en la elección de los brotes. Sus necesidades nutritivas son más altas que la del ciervo común y su menudo tamaño hace que su aparato digestivo también lo sea, obligándole a comer a menudo pequeñas cantidades de productos altamente proteicos, pues si su peso es inferior a los 12kg le va a ser muy difícil sobrevivir al invierno.



Corzo con la cuerna libre de correal y pelaje invernal

El corzo como todos los cérvidos, desmoga, es decir, pierde su cuerna entre octubre y noviembre y enseguida comienza a crecerle de nuevo para estar en perfecto estado entre marzo y abril. Para eliminar el terciopelo que ha irrigado las cuernas en su crecimiento, el corzo escoda, es decir, se frota la cuerna con pequeños arbolillos y arbustos, al comienzo de la primavera. En el periodo de celo, que en nuestro territorio es finales de julio a mediados de agosto, su actividad aumenta, el macho reclama a su hembra con una especie de ladrido, llamado ladra. Persigue a la hembra haciendo eses o círculos, que frecuentemente vemos en laderas y pastizales, llamados corros de bruja. El corzo prefiere los días calurosos y húmedos y deberá estar atento a las diferentes hembras pues solo tienen un celo, que dura escasos tres días. La hembra, tiene una implantación diferida, fecundada ahora, el embrión, pasados quince días, entrará en un letargo durante cinco meses, para en enero, reactivarse y parir uno o dos corcinos, en el mes de mayo o junio. El parto doble es muy frecuente, como en las cabras, siendo menos habitual entre las hembras primerizas. Los corcinos nacen con un pelaje mimético, con manchas blancas y negras, que perderán con su primera muda. Durante el día, la hembra encama a los corcinos, separados entre sí. Irá varias veces a lamerle y amamantarle, hasta que le pueda seguir, ya con uno o dos meses. La lactancia se prolongará hasta los seis meses, antes de comenzar el invierno.

El corzo permanece unido durante el invierno en manadas que agrupan hembras y crías e incluso a veces, algún macho. Cuando entra la primavera y el alimento abunda, se vuelven más territoriales. Las hembras se separan para parir y los machos comienzan a marcar el territorio, frotando su cuerna en pequeños arbolillos, escarbando y marcando con sus glándulas situadas en las pezuñas y junto a las sienes, su pequeño territorio, no superior a las 7 hectáreas. Su territorio se solapa con el de varias hembras, pero cuando un macho rival lo invade, en época de celo, entablan feroces peleas que pueden acabar en la muerte de alguno de los contrincantes.

Cuando uno tiene la suerte de sorprender a un corzo, el corazón le late con fuerza, es pequeño, grácil y muy bello. Seguramente, antes de perderse en un par de brincos, se dará la vuelta y te obsequiará con una última mirada. Con suerte, habrás visto un duende.
Corzo adulto

Diferentes estadios de la cuerna

Rastro de la escoda del corzo

Macho con el terciopelo que nutre las astas

Escrementos cilíndrios y casi negros

Huella sobre la nieve

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