El
tío Garrones disparó y el último lobo de la Comunidad de Madrid se desplomó en
el paraje de los altos de Malagón. Corría el año 1952 y con él, desaparecía no
sólo un animal, sino todo un mito que había llenado de temores las noches
invernales junto al fuego.
Hoy
los peñascales de la sierra de Guadarrama acogen de nuevo los aullidos del lobo
y es un deber de la Administración el velar por que se perpetúe en nuestros
bosques o que termine definitivamente apolillándose en la vitrina del museo de
ciencias naturales.
A
menudo se acusa a los grupos conservacionistas de introducir las especies en el
medio para, desde
la comodidad de sus despachos, perturbar la paz de las sociedades rurales,
negándose la capacidad de ver que las especies reaparecen cuando lo hacen las
condiciones que les permiten su desarrollo.
La
despoblación del mundo rural, el abandono de la agricultura de subsistencia, el
crecimiento de la masa forestal o el manejo motorizado de muchas de las faenas
de la ganadería, han propiciado el aumento de la fauna silvestre y con
ella…aparecen los superpredadores.
Las
presiones del mercado y la ausencia, durante mucho tiempo, de aquellos con los
que compartíamos el monte, han relajado las buenas prácticas que nos enseñaran
nuestros mayores, y hoy el lobo en sus campeos serranos, da buena cuenta de
todos estos desatinos.
La
proliferación de una ganadería extensiva, a la que no se le puede dedicar el
tiempo necesario por los bajos precios de las canales y el deber de
complementarlo con otras actividades, la desaparición del mastín como perro de
guarda o el no estabular las reses en las épocas y edades en las que pueden ser
más vulnerables, están sembrando el campo de odio.
Y
para que éste no arraigue es deber de las administraciones salvaguardar los
intereses de estas dos poblaciones en peligro de extinción, el lobo ibérico y
el hombre rural, obligados a convivir.
El
lobo se muestra a escasos kilómetros de Madrid, como la oportunidad de rescatar
esos pueblos olvidados de nuestras sierras, condenados a la migración ante la
escasez de oportunidades que se les plantea.
La
marca lobo debe formar parte de la recuperación de estos baluartes donde se
recopila la cultura popular, una cultura que lleva acumulándose cientos años y
que nos permite reencontrarnos con nuestros orígenes, con nuestras tradiciones
y con nuestra identidad. Reservorios de biodiversidad en forma de nuestras
razas de ganadería y agricultura autóctona abocadas a desaparecer en pos de la
homogeneidad de los lineales de nuestros supermercados.
¿Y
mientras tanto? Una política de agilización de las indemnizaciones y de un pago
justo de las mismas, pero no a cambio de nada, sino enfocado a dotar de métodos
de prevención y de prácticas sostenibles para convivir ambas especies. Sólo así
comenzarán a disminuir los ataques del cánido sobre el ganado y comenzarán a
percibirse los beneficios de su presencia en las economías rurales.
Deberemos
promover el desarrollo de las poblaciones que conviven con el lobo y del tejido
empresarial. La creación y formación de emprendedores y cooperativas que les
hagan de nuevo soberanos de sus recursos comercializándolos y evadiendo las
malas praxis de las líneas de distribución.
Los
programas de sensibilización de la población rural, mediante actividades con
los escolares o conferencias y encuentros de ganaderos, con aquellos que ejercen su misma profesión en las zonas
loberas de la península donde ya se han dado cuenta que vale más un lobo vivo
que muerto, se antojan imprescindibles.
El
lobo aúlla de nuevo en la sierra de Guadarrama, está diciendo a los cuatro
vientos que la montaña vuelve a estar llena de vida. Ahora es nuestro deber que
esta vida aprenda de nuevo a convivir.
No es lobo todo lo que parece...
A menudo se dice que no todos los
ataques sufridos por el ganado son producidos por lobos y se culpa a los perros
asilvestrados.
¿Pero realmente qué perros son
estos?
En las monterías de caza mayor se
utilizan realas de perros, para sacar a los animales emboscados en el monte
bajo, batiendo y conduciendo a los animales a los puestos donde les están
esperando para darles muerte. Finalizada la acción los grupos se recogen a la
voz del cuerno o la caracola del montero. Pero no siempre acuden todos los
perros, y son frecuentes los canes que quedan en el monte víctimas de los
avatares de la caza o distraídos tras los rastros encontrados. Estos animales,
si sobreviven, se suelen agrupar entre ellos y dar rienda a su instinto de caza
que ya está en ellos muy desarrollado. Estas manadas cazan de igual forma que
acosan las realas y por extensión las manadas de lobos, sobre las mismas
presas, principalmente ungulados. La salvedad es que los perros, conocedores
del ser humano, no lo temen y osan acercarse mucho más a sus dominios e incluso
enfrentarse a ellos.
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