Amanece.
Permanecen enganchados los jirones de niebla en el gran salón de las encinas,
al fondo triscan los brotes tiernos de la primavera una corza y sus dos crías. Revolotean a su alrededor
las palomas torcaces nerviosas, se presiente la sombra del azor en la floresta.
El pasto se ha llenado de diminutas orquídeas
y rezuma todavía el rocío del alba que cubre a una nutria despistada.
Abandona las lagunas para perderse en la espesura donde ya dormita el jabalí.
Pronto despertará la otra dehesa con el silbo del pastor, el ladrar de los
perros y el repicar de las merinas. Despierta la dehesa, despierta la vida, en
la finca Valdepajares
Tajo.
Si
hay un icono paisajístico de la península ibérica, un ecosistema artificial que
ha conseguido el marchamo de calidad ecológica es, por excelencia, la dehesa.
El
uso secular de este paisaje pobre, de suelos escasos y ácidos, lo ha
transformado, de la mano del hombre, en uno de los ecosistemas humanos más
diversos y sostenibles del planeta. El aclarado del bosque, la domesticación de
sus árboles, el sometimiento del monte bajo y el sabio manejo de las razas
ganaderas autóctonas, han conseguido que la dehesa, hoy, sea un exponente de
conservación a nivel mundial.
Se
vuelve azul la dehesa y sale la luna entre sus copas. Sorprende al canto del
autillo y al mochuelo en el tejado. Sale la jineta tintada de lunares, como
estrellas negras, a merodear junto a la charca. Las ranitas meridionales de la
mañana dieron paso a los sapos corredores y juegan los tritones, entre los
juncos de la orilla. Silencioso, cruza el ciervo el camino. Lejos quedan aún
los bramidos de su celo, y ahora, silencioso, como llegó, se fue, el señor de
la dehesa.
1 comentario:
Super interessante.
Adorei conhecer.
janicce.
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